dibujos en el agua

miércoles

 

Recuerdos recobrados

Ubicada la silleta con sus largas cinco patas, sobre la trama de pasto que se va oscureciendo hacia el borde del cuadro. Solo habrá que esperar sentado o de pié junto a la silla o de pié sobre ella, lo que asegurará mayor visión.
Las formulas redondeadas de nubes se extienden en secuencias de niveles y el viento se sabe que es el responsable de esas formas la mayoría tan afables y recomendadas a la hora de esperar el correo de la memoria. Así uno a uno, el primero muy adelantado, solo y acaso el más grande de los que llegaría, comenzó a sobrevolarlo en semicírculos extendidos, es sabido que gustan de planear y los aleteos están reservados para levantar vuelo o esos desordenados aletazos usados para el frenado, por fin ya ha aterrizado y comienza a caminar hacia el, adelantando primero una pata palmada y luego la otra con un adelantamiento de cada hombro y un juego del eje de su cabeza, un pelicano, es tan gracioso en tierra, como elegante lo es al vuelo, avanzó cerca de diez pasos y frente a el, lo miro unos segundos en esa cúpula de cristal oscura y diminuta que tiene por ojos, él solo observó al ave con los dedos allegados a la boca en gesto de sorpresa por la aparición del correo. El ave abrió el gran pico y acercó esa abertura a el, adentro viene una servilleta arrugada y escrita en ella la receta que el habría anotado de cómo hacer una hélice de madera, no era mucho, pero era un hermoso recuerdo, las hélices habían dejado de ser un arte para él y recordarlas fue muy grato. El cielo se abre ahora para una pareja que trae cada uno un zapato, era extraño pero no recordaba exactamente en qué los había usado, sin embargo el estilo y el color decían que eran de dama, eran los de esa niña del ballet, la que siempre se despedía con un extraño beso, ese si que era un recuerdo delicioso y extraño a la vez. Ese día una par de pelicanos más habían llegado alrededor de la silleta, unas bolas de vidrio y unas barras de tizón blanco, las usadas en esos hoyos en la tierra y para dibujar un plano de cuadrados y números en el cemento, todos eran recuerdos tremendos y pequeños al mismo tiempo, las aves se quedaron un rato junto a él y esperaron mirándolo sonreír a cada recuerdo recobrado, para ellos solo eran unos extraños objetos arrancados de las profundas aguas del mar de la memoria y traídas a cambio de unas palmadas en el lomo cubierto de plumas o una tibia caricia en la papada.

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