dibujos en el agua

viernes

 

Oh Quijote
(historia de terror)


Por fin, en la pequeña tienda, viene a sellar el pacto que el pueblo hispano se ve obligado a cumplir, va descartando uno a uno todos los proyectos de adorno que le convidan, los elefantes de loza blanca y esos colmillos pintados en dorado, que aunque siempre le gustaron, ya no parecen convencerla, de nada, que no sea, que allí sobre ese lomo blanco y brillante, sobre esas pequeñas cabezas rodeadas de sus grandes orejas, se va a notar demasiado el polvo y tener que limpiar una manada de elefantes diariamente, será demasiado trabajo, es probable que sueñe con ellos y probablemente se apareen de noche, los mira de lado, solo con un ojo, el otro solo registra el perfil de su propia nariz, -Engañaste, Sancho, dijo Don Quijote, según aquello: quando caput dolet. Y están estos otros, cofres de madera con brillantes adheridos, cajitas tubulares y baúles, con clavetas brillantes, pero, de qué servirían, allí no cabe nada, no tiene mucho pero es más que lo que cabe en uno de esas ridículos cofres, avanza apretando su pequeña cartera de cuerina que cabe en su mano, todo el sudor , la laca, los conejillos de goma perlada, esas grandes caderas que ella misma tiene, para qué querría un buda, si se parece tanto a ella misma, sería un cuchillo auto propinado, regordura, buda. -Así que Sancho mío, volveos a vuestra casa y declarad a vuestra Teresa mi intención; y si ella gustare y vós gustárades de estar a merced conmigo, bene quidem. La decisión sería tomada rápido, después vino un barquillo de crema helada de paso al paradero de buses, una canción mexicana que habla de amores perros, que ladran en los campos, tres escalones y tres cuadras de cazuelas pequeñas, la llave del candado , deja sus zapatillas en la pasada, agua de cocina entre los grandes senos y un vaso de la misma agua entero. Por fin, dentro de la bolsa junto con la boletilla del precio, saca la figura, la mira de cerca y sorbe sus flemas fuertemente, un rasquido tras la cabeza y ya: puesto en el medio de la mesa, sobre una alfombra de paño bordado, para hacerle compañía al cenicero echo de caracol marino, la extraña tradición hogareña, frígida y brillante, el estirado bronce, de un viejo arrugado y de nariz aguileña, espada y lanza de bronce, oh quijote, deja de correr por el campo desierto, por fin, por fin, estás en casa.

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