dibujos en el agua

jueves

 

Salva

Desde la mañana la cabeza se la tragaba una inercia en remolinos de nausea, había despertado con el efecto de una noche casi sin dormir, que siempre es un pago muy desgastador. Ya estaba formado en la fila de diez hombres recibiendo una bala para el fusil, su lugar era el cuarto, así que había tratado de ver la similitud o la diferencia de las balas entregadas a sus tres predecesores, con la que él recibiría, alcanzó a mirar las otras seis que quedaban en la mano del soldado que las entregaba, no notó en ellas ninguna diferencia. Una muralla de fusilamiento es una muralla a la nada, una pared sin futuro, un punto final, para el que está atado, como para cada uno de los que dispararán contra el. La idea de que una de las diez balas fuera de salva, una bala de mentira, un proyectil de talco, echa para salvar a ambos en cada lado de la muralla; le entregaría a cada uno, una pequeña arista, de la cual sujetarse y no caer el mismo también al tirar del gatillo. La secuencia de órdenes que vienen, lo fueron guiando hasta quedar apuntando a ese corazón, todos deben apuntar al pecho, de manera de que nadie llegue a saber si acaso su bala era de verdad. Verdadera, igual a las heridas que una bala le hace al cuerpo de carne. La secuencia de la explosión de una bala es eterna, empieza desde el gatillo que va siendo jalado hacia el mismo, soltando una consecuencia de engranajes de articulación, que tienen por fin soltar un garfio, un martillo de aguja hacia el centro blando de la bala, que al ser perforado inicia una llama contenida allí en ese cilindro de metal, por años. Una bala es una amenaza de fuego contenida, cargada con granos de pólvora enseñados todos a arder juntos a pesar de que estén comprimidos en aquel pequeño tubo. Toda esta explosión triste y culminante, guía lo inevitable de este enorme empuje, ya que los bordes del arma contendrán la explosión que es siempre en todos los sentidos del mundo, hacia uno solo, hacia delante del que la trae a este lugar, hacia donde dicta ese punto y que prometerá donde irá a llegar un huevo ignorante echo de plomo. Ese huevo que empujado por todos estos sucesos, ya solo irá inocente, pues la culpa va hacia atrás siempre, del plomo a la pólvora, de la pólvora al percutor, de este al martillo, al engranaje, al gatillo y por fin al dedo. El orden en el cuerpo llega hasta más allá del tirador, a aquel agujero que es siempre el final del viaje hacia adentro de alguien. Entonces con toda esta explosión de humo y toda su explosión de culpa acumulada en la garganta de su corazón; ha dejado caer ese punto de mira al final del su cañón hasta los pies del que va a recibir toda esta absurda desgracia y a la hora de que muriera por los plomos de los otros nueve tiradores, su cabeza cuelga en medio de un pecho desecho, pero con los pies intactos, cubiertos solamente por una parda nube de talco.
La onceava explosión que completó esta serie vino desde el martillo del que había estado dando esta secuencia de vueltas a esta manivela y abrió una fosa en forma de rajadura roja, pero esta vez; con una marca de entrada a su cabeza y una marca de salida a este largo dia de elefantes muertos.

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