dibujos en el agua

martes

 

Jarabe

Una antena. Luego otra, otra, otra y otras más Al acercarse a cualquier grupo de casas, en cada calle con nombre. En un día de estos de cielo gris luminoso. De luz de nube de mesa estirada, tan larga, que no tiene fin ni comienzo: se pueden ver cada una de las antenas, de las miles que hay en este pueblo, cada una sujeta con un fierro largo y cilindrado, para que pueda girar. Y se levantan largas, con el favor del entusiasmo del que está al pié de ella. Allá arriba, se le cruzan vigas de aluminio, que redondeadas en las puntas, forman una maya. No son barcos. También el mástil está sujeto con tirantes de alambres, afirmados en los cercos o en las cumbreras de las casas, pareciera que mientras más tenga, más segura será su verticalidad, que es necesaria para el fin con que fue creada. Antena de maya de aluminio, de tiras de aluminio, no eres una vela. Las casas que te levantan no son barcos. Aunque el fondo de nubes, esté pintado como telón de fondo para estar en el mar. Mar de casas. Y estos cientos de ellas, con sus velas de antena levantadas hacia ti. No son un barco. Lo que le haces a la gente que te mantiene erecta y repetida en todas las postales del mundo. Aunque crean ellos, tras el clac de la perilla que enciende la caja con luz, no es navegar. Y sin embargo: Antena de aluminio. Dame de beber , se lee por todas partes, tu jarabe para olvidar el mundo, mirándolo en una ventana que me hará un espectador ajeno del mundo. Muéstrame tus héroes y tus explosiones. Atrapa para mi el flash y el oro pell de la felicidad, con la que prometen llenar las adoloridas bodegas de carne de mi corazón. Diez metros de aluminio de media pulgada. Una barra de aluminio de una pulgada, de casi tres metros de largo, pernos, tapas plásticas, once metros de cable, un tubo de fierro de seis metros de largo y alambre. Se han ido oxidando los mástiles, lo que hace que el aluminio se vea más blanco aún. Se han ido destartalando los pernos al oxidarse también y las varillas se descuelgan con el viento y la lluvia. Desde esa maya nace, sujeta por dos pernos más, dos extremos que se hacen uno en un cable que baja por el mástil. Baja desde allá arriba y entra por un discreto orificio abierto en una de las murallas o en un recoveco del techo. Por allá dentro de esa culebra de goma negra, baja esa baba espesa parecida a un jarabe, que esta maya atrapa en el cielo. Y la lleva a la mesa de toda la gente, que la come y la bebe sin cansarse nunca. Antena, no eres una vela y estas casas no son barcos, y este barrial no es el mar. Solo sórdida y densa soledad que alimenta un fierro como este. La bebida con que alimentas a la gente, funciona como anestésico. Anestesia para la frugalidad de lo eterno. Anestesia a la semejanza de las calles con sus casas, a las bodegas del cementerio y sus pasillos. Y los mantengas atareados en beber, mientras son trasladados de estas criptas en las que viven, a la otra, donde ya no te necesitarán, ya que allá todo es oscuro y vacío.


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