dibujos en el agua

viernes

 

Liquidambar

Hace tres horas atrás, luego de que se levantara. Y que lo ayudaran a peinarse y a atar sus zapatos. Salió al jardín que está enfrente de la calle, sabe que es muy temprano para él, que a pesar de que tiene un gran cuerpo, siempre le han dicho que tiene los pulmones débiles. Que la voz le sale de colibrí. Cuando habla. Porque solo mira, dices tú. Como cantando, ¿Qué miras, qué miras, tremendo? Dices tú. Ahora ya no puede salir. Y otra vez la rama se ha movido. Sabe, que son tres horas completas y eso es mucho tiempo, como lo creerían todos. Ya que solo se trata de barrer hojas y barrer los papeles plásticos que se quedan enredados en el pasto. Pero lo considera un tiempo justo para la cantidad de hojas que caen por la noche. En estas noches de viento sobre todo, tú duermes tranquila porque de seguro abrazas a tu almohada y te hundes en la cama que te ayudaron a subir. Esa cama de bolos de cobre. Siempre le ayudas abriéndole la puerta y la reja, girando la llave, tu bata huele a muñeca. De esas muñecas rojo claro. Barrer las hojas es mucho trabajo. Arrastrarlas poco a poco a una ruma central e ir poniéndolas en una bolsa. Siempre comienza por el borde de la calle. Ahí es donde se acumulan muchas. Y las del pasto se barren empujando unas con otras. Y así el verde va quedando parejo. La sarta de hojas, dicen que son bellas. Para él solo son una molestia, es más, cuando el otoño esté más entrado, necesitará más de tres horas. Luego de que lo levantes y le ayudes preparándole la jarra de leche caliente. Si deja pasar un día, las hojas se resecan y al pisarlas, crujen y al crujir se parten en pedazos, pedazos muy difíciles de barrer del pasto. Así que mientras estén rojas y amarillas, será fácil barrerlas. Se retiran a veces con la mano y se juntan en la misma mano, es más fácil devolverle el verde al pasto así. Las más desarrolladas tienen siete puntas. Otros dicen que por eso traen buena suerte. El no cree que sea así. Desde la ventana por la noche se puede ver el pasto llenándose de hojas, parecen estrellas, luego de que la bisagra que cada una de ellas, de seguro tiene, se revienta con este viento. No le gusta cerrar los ojos, porque lo que se ve así es más oscuro que la noche. Nunca te diría que parecen estrellas, te reirías de él y corriendo por el pasillo, chillarías. Tremendo cree que las hojas son estrellas. Tremendo duerme con los ojos abiertos. Tremendo cree que yo lo quiero. Seguro que le sacarías eso, no debió preguntarte si le querías. Más que a tu abuela. No te contaría tampoco que tienen olor por dentro. Ni volvería a pedirte nada. Sabemos que le dieron este cepillo metálico para las hojas. Pero son muy difíciles de barrer. Y aunque esté toda la mañana en eso y espere todo este tiempo a que caigan todas, no pasará nada. Siempre, siempre, la rama, como la llama, esperará a que entre, a que guarde el cepillo junto al fierro de la puerta, le laves las manos y le pongas acá sentado frente a la calle, esperará todo eso para soltar una de las más grandes de la copa o un par de esas pequeñas que son más amarillas. Que se demoran mucho en caer. Ensuciando otra vez el pasto. Lo sabemos. Lo ha sabido siempre. La rama lo hace naturalmente para reírse de él.

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