dibujos en el agua

domingo

 

Ejercicios de vacío


Se queda tendida en la cama y mira con un solo ojo abierto, adivinando, por los ruidos que llegan hasta ella, la secuencia de actos del responsable de traerle un desayuno. También esa delgada nube de humo le avisa que debe acomodar su almohada tras su espalda, pues el pan ha sido quizás más que tostado. Enfrente de esa bandeja rectangular, comienza con darle una mordida al embarrado pan con mantequilla y es hasta entonces cuando abandona la idea de pulsar la tecla que autoriza a la televisión a venir a quedarse con ella. Ha decidido quedarse, como llevaba ya esa mañana, mirando más afuera del marco de su ventana, hasta la pared que esta cubierta con ese arbusto gigante, pero ella no mira las hojas, sino, las hojas que aparecen al mirar los espacios que hay entre ellas. Y no va a encender nada que la distraiga pues el sonido que viene de moler el pan entre sus muelas, es ya esta mañana, muy perturbador, sumado a la secuencia de espacios que cambian con el viento en un íntimo, hipnótico y suave trompe l'oeil. Las mordidas se transmite a través de su quijada a todo el cráneo. Los dientes también muelen, pero son las muelas las que avanzan más en esto. Al principio el sonido es crujiente, igual al de la sal bajo los zapatos, al caminar por un mar de sal, seco. Y lentamente, ayudada por su lengua, comienza a ceder a un sonido más parecido a una masa, como si fuese necesario devolverle al pan su estado anterior, al que tiene una vez cocinado, el de una blanda masa remojada y tibia. Ahora suena el agua, al tragar una porción de jugo o de leche, que será lo mismo de liquida, disolviendo más aún este engrudo sabroso que se va empujado contra el paladar contra la continuidad de la boca hacia el interior del cuerpo, que de seguro después de esa oscura entrada debe haber más interior. A pesar de que ya no siente ningún sonido y acaso desaparezca todo lo que se traga. Antes la cosa era adivinar a qué se parecían estos espacios entre las hojas, ahora es solo la mirada al vacío, ese que está entre las cosas y que queda marcado por el borde de estas mismas. Y que se logra con esa extraña forma de mirar que es el da la mirada perdida. Otra vez cruje desde la mordida principal esta roca de pan y otra vez al cerrar los labios se forma este tambor de mascadas, que resuena hacia el cráneo, hacia los pasadizos de los oídos y más allá de la pared trasera de los ojos.

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