dibujos en el agua

martes

 

Luminaria


Limpió la mesa con tanto compromiso que le daba pena toda esta intensidad. En pasadas de trapo húmedo, al principio circulares, para dar paso luego a las paralelas, hasta darle a esa superficie la parda textura de la madera mojada. Esta cita en esta época es ineludible. Ordenó las cuatro sillas y quedo sentado en una de ellas. La secuencia de momentos se va alargando cada vez más cuando se esperan. Tras de él está la casa ordenada, salvo algunos libros amontonados en el baño. Las doce murallas de todas las piezas, las tres camas, la cocina y sus baúles para comida, las platillas todas lavadas por el mismo, todas las ampolletas, los rincones para los alacranes y un jardín regado con bolas de feca de gato en la parte trasera de la casa. Esta cita fue acordada desde que era niño y será pactada probablemente hasta más allá de cuando sea anciano. Su casa cuenta con su techo, sus dos números clavados sobre la puerta y estas puntas que tienen las rejas que dan a la calle. El cruza los dos pares de cinco dedos entrelazándolos en un solo puño central frente a su pecho, apoyado en el largo de sus brazos en esta ya seca superficie de madera y se complace en la espera con todos los estadios del cuerpo a toda cita anteriormente pactada.
Sobre esta mesa de cuatro estacas, se va concretando por fin lo acordado. Aparece por el flanco en círculo, en forma de pequeños tintes, con imperceptibles cambios de color al principio. En rayas y monedas. Y más tarde en una sostenida y creciente forma de un mapa en movimiento, de luces y contraluces. Todas estas viajan sobreponiéndose unas sobre otras. Avanzan muy despacio, pero son constantes. Esta figura, es lograda con el barníz de la pobre luz del sol en invierno. Lus que atraviesa cortada en lonjas irregulares por los espacios que se mueven de las hojas de árbol. Esta masa de tonos movibles, no suena, solo brilla y se opaca a sí misma, lamiendo esta gran mano doble. El sonido de hojas afuera, antecede a una complicada secuencia de cambios en las luces. Y eso es lo extraño de este asunto lumínico, su silenciosa marcha sobre todo lo que encuentra a su paso, que quizás produce sonido pero es un ruído tan remoto que nuestro oído es totalmente incompetente para esta tarea. El asunto es que entibiara, dada su lentitud, acaso muy poco, pero suficiente para que se quiebre el hielo que tiene un hombre solo en una casa vacía. Lo exasperante será el silencio. Entibiará las luces. Y también las sombras. La velocidad que tiene todo este evento, le asegura unas horas de abrigadora luminaria. El mira y se deja cubrir por todo este conjunto luminoso y sombrío a la vez, que proyecta estas islas de calor sobre su gran puño, la esfera de su cabeza y la lengua rígida de la mesa.
No suelta sus dedos unos de otros, pues sabe que estas intrigantes, calmas y suaves andanadas de precisas imprecisiones, salvo con un cuerpo frío, no se sujetan con nada conocido en este mundo.

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